Hace pocos días volví a coincidir con él trabajando, delante de una preciosa Novia, de una pareja de Novios increíble. Y, una vez más, me encantó ver trabajar a Manu y poder compartir ese día con él. Pero de nada sirve que intente explicar lo que hay que ver y sentir.

Verlo moverse, sigiloso, porque ya ha localizado su rincón. Si, Manu es un buscador de rincones, casi lo piso sin darme cuenta en más de una ocasión, porque se agazapa silencioso allí, justo, allí, dónde vive la luz, dónde el marco que rodea a esa Novia es el que estaba en su mente. Su concentración es absoluta. Una vez que tiene esa imagen perfecta que buscaba se relaja unos instantes, sin despistarse nunca, y te regala una espléndida y sincera sonrisa. Una de esas sonrisas capaces de apaciguar los nervios de los Novios más intranquilos.

Manu es equilibrio, porque se nota que se está divirtiendo muchísimo con su trabajo, que la fotografía es su medio y sabe moverse con soltura, pero siempre atento y muy calmado. Desprende una serenidad que sorprende siendo tan joven, supongo que la madurez nunca ha sido una cuestión de edad.

Nos reímos, los Novios se ríen y se relajan. El ambiente es distendido mientras se dibujan imágenes que esa pareja está deseando tener, para compartirlas, para enseñarlas. Porque la cámara de Manu es un reflejo de si mismo, de su manera de ser natural y buena. Cada fotografía está repleta de sinceridad, atrapando la belleza del momento de forma espontánea.

Porque sabe, tal vez por puro instinto, unir técnica y sensibilidad. Es elegante por naturaleza. Pero también su juventud, esa cultura en la que ha crecido y vive, le otorgan una visión fresca de la fotografía. Todo ello unido a su preciosa personalidad, hacen de Manu un fotógrafo perfecto. Además de un estupendo compañero de profesión. Es genial, sencillamente, genial.